¿Por qué son buenos bioindicadores?

Al inicio de la revolución industrial se usaban canarios en las minas para indicar la presencia de fugas invisibles de gas. Hoy en día, la contaminación del aire que respiramos también es un problema a menudo invisible, pero los científicos utilizan otros seres vivos para detectarla. Los bioindicadores son organismos muy sensibles a los cambios ambientales en su entorno, como pueden ser las variaciones en los niveles de contaminación atmosférica, y los líquenes son el mejor ejemplo de ello.

A diferencia de las plantas, los líquenes no tienen estructuras activas para regular la entrada y salida del agua y los gases del aire –son poiquilohidros–, por lo que las sustancias que hay en la atmósfera, entre ellas las contaminantes, se acumulan fácilmente en su interior. Esto provoca síntomas de deterioro mucho más rápido que en otros organismos, lo que les convierte en excelentes centinelas de problemas potenciales para nuestra salud.

Los líquenes en las ciudades colonizan diferentes sustratos: construcciones y mobiliario urbano de diversos materiales, rocas, suelos, etc. Los que crecen en la corteza de los árboles, llamados epífitos, son excelentes bioindicadores y los científicos los han utilizado durante décadas para conocer el grado de contaminación atmosférica en ciudades de todo el mundo. En 1866, William Nylander fue el primer investigador que observó la desaparición de los líquenes según se adentraba en el centro de París durante el auge de la revolución industrial. Desde entonces, se han publicado más de 2.000 trabajos científicos utilizando líquenes como bioindicadores de la calidad del aire y los niveles de contaminación por dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno, metales pesados, etc. en los cinco continentes.

Las estaciones de control de la calidad del aire y el uso de bioindicadores se complementan para mejorar la estima de los niveles de contaminación. El uso de líquenes como bioindicadores no puede llegar a la exactitud de las medidas físico-químicas de las estaciones de control, que dan unos resultados cuantitativos muy exactos, pero su uso supone una serie de ventajas sobre el despliegue de una red de estas estaciones. Las estaciones miden unos pocos parámetros fisicoquímicos, mientras que los líquenes ofrecen una información integrada del estado del aire, ya que están expuestos a todos sus contaminantes. El coste del análisis de estos bioindicadores en cada localidad es muchísimo menor que el coste de instalación y mantenimiento de una red de estaciones de control. Además, los líquenes también cubren una zona más amplia e indican la evolución a lo largo del tiempo. Así, pues, nos brindan una información cualitativa muy valiosa y su ausencia es un primer efecto de la contaminación.

Se ha demostrado científicamente que una mayor diversidad de líquenes está directamente relacionada con una mejor calidad de la atmósfera y cómo las zonas con más afecciones respiratorias, como el cáncer de pulmón, tienen una alta correlación con la pérdida de diversidad de líquenes (+info).

No todas las especies de líquenes tiene la misma sensibilidad hacia la contaminación. Mientras que algunas especies desaparecen al menor atisbo de polución en el aire, otras son capaces de medrar en áreas con alta contaminación como el centro de las ciudaded. En LiquenCity, hemos seleccionado una lista de especies que viven en Madrid y Barcelona pero que muestran distinta sensibilidad a la contaminación. Mapeando la distribución de estas especies tendremos una imagen realista del grado de polución en ambas ciudades.